El coronavirus, por Efrén


Una fastidiosa enfermedad que nos acecha sin piedad y aniquila nuestros fundamentos para convertirnos en desechos humanos. La situación es crítica, no podemos andar con tonterías con respecto a ella, nos invade, nos aturde y por último nos elimina como si fuéramos pasto de sus llamas. Es algo bochornoso pensar que en el año 2020 sucedan estas tragedias más intensas que las de Shakespeare sea “Otelo” o “Romeo y Julieta”. Nos aprisiona, nos encarcela, nos embarga y sin un mínimo llanto nos envía a otro lugar del cual yo no soy testigo, por suerte, y nos regurgita en el más allá. 
Pues eso, lo dicho, es una enfermedad que está de “moda” como lo estuvo el Sida en su tiempo. Estamos esperando como en la cola del metro un antídoto, sea vacuna, sea un tratamiento, que erradique y solucione por fin este acontecimiento surrealista. Es una paradoja del destino o es que llegó sin más, sin llamar a la puerta y frenó nuestras libertades y nuestros deseos afines, encarcelados en nuestras casas para ignorar el daño que causa. Yo digo no a la invasión del virus, a sus rebrotes y a sus efectos devastadores, respetando el protocolo y asumiendo nuestra parte de culpa en ello.

Mi paso por el confinamiento fue un duro trance, difícil de digerir, ya que el aburrimiento abría paso a un desafío entre la rutina y la monotonía, donde la improvisación hacía vencer ese agobio que nos muestra la apatía. Las horas vencían al letargo, todo era gris y bohemio, pero mi legado ocioso me ayudó a sincerarme con las ganas de luchar contra este contratiempo que es la falta de estar ocupado y dedicarle el tiempo a algo productivo. Por ello me valía por mi mismo para mantener la cabeza ocupada y sentir como me liberaba realizando actividades como la lectura o pasar las horas delante del ordenador. Después de este capítulo de adversidades que se pusieron en nuestra contra al menos he conseguido llegar con buen pie al final de este ajetreo y volver a la rutina diaria como siempre hemos deseado. Vuelta al trabajo por fin.

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