Lucus Augusti, por Mar

Era un día bonito, hacía una tarde calurosa ya que era junio. Yo estaba aburrida en casa, una llamada de teléfono me salvó de que fuera un día  monótono; era mi hermana Ángeles  que me proponía salir a dar un paseo. Después de persuadirme, ya que yo decía que habría mucha gente en la calle y sobre todo por el centro, al final me convenció diciendo que era un bonito día de verano, para disfrutar en lugar de quedarme en casa.

Salí a pesar de toda la pereza que me suponía arreglarme y ponerme en camino hacia el lugar donde habíamos quedado. Mi sorpresa fue que no estábamos solas: mi hermana había quedado con una amiga del colegio y su hija de dieciséis años. Después de pasear por varias calles, decidimos dar una vuelta por la feria de puestos, y la chica, de cuyo nombre no me acuerdo, decidió comprar un colgante.

Aquel colgante fue motivo para que yo me quedara pensativa y en silencio. Aunque la tarde empezaba a resultar pesada debido al gentío que había por los alrededores, yo empecé a imaginarme cuando tenía catorce años y en el colegio solo éramos chicas y yo solo pensaba como sería setiembre cuando empezaran las clases. Ese colgante también me recordó el estilo que yo llevaba en aquel tiempo y me transportó a unos pendientes de bisutería que combinaba con mi ropa de vestir y que solo me ponía cuando estaba de buen humor. Eran unos pendientes dorados y muy finitos que llevaba alegremente, igual que de contenta se puso la chiquilla que iba con nosotros cuando compró el colgante. En ese momento, tras la compra, todas esbozamos una sonrisa y dijimos todos al unísono ¡qué bonito y alegre día hace para ir a tomar algo!, aunque fue un poco difícil por el gentío que había por los alrededores. Al final encontramos un rincón no muy lejano del centro.

Siempre recordaré aquel día porque me llevó a una edad muy bonita en la que todo estaba cambiando y los meses siguientes prometían muchas cosas como hacer nuevas amistades y nuevas alegrías para unos años inolvidables, que así fueron.